Certamen de relatos breves
- Biblioteca del Hospital Universitario Severo Ochoa
- 13 feb 2023
- 16 Min. de lectura
La Biblioteca del Hospital Universitario Severo Ochoa de Leganés convoca la XII edición de Entre puntos y Letras, certamen de relatos breves organizado anualmente con el objetivo de fomentar la escritura y la lectura entre todos los trabajadores del Hospital, del Centro de Especialidades y de nuestro alumnado universitario en prácticas.
Entre puntos y Letras homenajea a figuras, obras o premios destacados de la literatura mundial, siendo condición indispensable para participar escribir un máximo de 25 líneas. El tema siempre es libre, aunque hasta ahora los relatos debían incluir una de las dos citas literarias publicadas en las bases de cada edición.
Pero 2023 es diferente, es el Año Picasso y, como el pintor, queremos romper con lo establecido, dedicando nuestro certamen literario a la revolucionaria carrera de este innovador artista que pasó de la tradición y el clasicismo, a la ruptura y el simbolismo, dando lugar al nacimiento del arte moderno.

Dejándonos llevar por su transformadora corriente artística, os proponemos un cambio: este año los relatos participantes deberán inspirarse en una de estas dos conocidas obras de Picasso, formando parte del hilo conductor de la historia.


¿Qué os parece? ¿Os seduce el reto? ¡Claro que sí! ¡Ya estamos deseando leeros!
Si trabajas en el Hospital Universitario Severo Ochoa, en su Centro de Especialidades o haces las prácticas aquí, habrás recibido un correo con las bases, que también podrás consultar en la BiblioWeb, en la intranet o en la web del Hospital. Tienes hasta el 9 de abril para enviar tu relato.
Desde este blog aprovecha para agradecer públicamente la participación a quienes han escrito en anteriores ediciones, porque sin su esfuerzo este certamen no se mantendría tan vivo, a quienes han aceptado nuestra invitación al acto de entrega de premios y nos han dedicado su tiempo, compartiendo su experiencia, al Jurado Técnico que desinteresadamente participa en la difícil labor de tomar decisiones, al personal del Hospital que conforma el multitudinario Jurado Popular y, por supuesto, a quienes colaboran con nosotras y se implican en todas las tareas organizativas (colocando carteles, programando la aplicación para que podamos votar, fotocopiando, plastificando, preparando etiquetas, etc.,), en definitiva, ayudando a conseguir que hayamos llegado a la décima segunda edición de nuestro querido Entre puntos y Letras.
Más abajo podréis leer los relatos ganadores del 1er premio del Jurado Técnico y los carteles de ediciones anteriores.
AÑO 2022

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
El depósito de cadáveres. Marcos Díaz-Bajo Vázquez
Sí, es verdad: los cadáveres se tiran pedos, sobre todo si están frescos, de tres días o menos. La comida almacenada en su intestino hace que el cuerpo se hinche y provoca flatulencias; pero los forenses están tan acostumbrados a las ventosidades del más allá que, en la mayoría de los casos, estas no suscitan ni un triste comentario, por lo menos entre los veteranos. Rodrigo era uno de aquellos samuráis del escarpelo y la sierra: serio, curtido, pragmático; había quien pensaba que los cadáveres le hablaban, que le dictaban los informes. Fuese cual fuese, su método de trabajo era un secreto bien guardado.
«País de nacimiento de Juan Sebastián Elcano; seis letras». Rodrigo golpeó con el lápiz sobre el crucigrama y revisó los huecos que tenía rellenos; terminaba en «a». Miró el reloj: quedaban dos minutos para que acabase su descanso, y era la última palabra.
Junto a él, sobre la camilla, su joven paciente esperaba a que apurase el cigarrillo.
Brenda Ruiz era una chica alta, rubia, de unos veinte años, bastante guapa. Había muerto ahogada, lo que siempre aceleraba el proceso de descomposición del cuerpo. De hecho, lo único que mantenía su forma original eran sus voluptuosos pechos operados y sus perfilados labios de muñeca, todavía rellenos de ácido hialurónico. Sin estudios, sin pareja estable y sin un céntimo a su nombre; aun así su ropa era cara, rozando lo excéntrico: bolso de Gucci, botines de piel de iguana, blusa de Prada... Hasta el tanga era de marca.
-Esta no sabe ni deletrear su nombre, dijo Carmen Mena, una de las estudiantes de prácticas más prometedoras de Rodrigo, al verla por primera vez.
-Brenda, ¿Elcano nació en Italia?, se escuchó una larga pedorreta.
Rodrigo frunció el entrecejo y volvió la cabeza.
-¿Entonces en España?
Tras unos segundos, se escucharon dos sonidos más cortos, seguidos. Rodrigo escribió «España» y consultó la última página de la revista, donde estaban las soluciones. Se sonrió, cogió el cuaderno donde apuntaba las evaluaciones de sus alumnos y le bajó un punto a Carmen.
-No hay que juzgar un libro por las tapas, jovencita, dijo, y apagó el cigarrillo.
AÑO 2021


RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
Cadenas. Elisa Contioso Sánchez
Todo iba bien. Demasiado bien. Jaidev estaba tranquilo, como lo está el cielo antes de la más violenta de las tempestades. Yo sabía que esta paz era momentánea, efímera. Que lo peor estaba por venir. Miré mis brazos y me di cuenta de que los moratones estaban prácticamente curados, desgraciadamente. Él no soportaba verme libre de marcas. Las apreté levemente y seguían molestándome, pero era soportable. La última vez mi espalda se llevó la peor parte. Sin embargo, era muy cuidadoso de dejar mi rostro intacto. No podía arriesgarse a poner en riesgo su reputación. Y yo tampoco era capaz de decir nada. Porque sabía que todo sería peor.
Me afané en preparar la cena, con la esperanza de que hoy me dejara tranquila. Mientras cocinaba, Amira se asomó gateando, y clavó sus verdes ojos en mí. Me esforcé por esbozar una torcida sonrisa, y me acerqué a ella.
- ¿Qué haces aquí, pequeña? Deberías estar en la cama ya, princesa. Venga, mamá te va a dar tu beso de buenas noches, ¿vale? - dije tomándola entre mis brazos.
Le acosté en su cuna, y acaricié su ovalado rostro durante un buen rato, preguntándome si se parecerá a él cuando crezca. Si tendrá sus mismos rasgos, su misma risa. Su mismo odio. Y recé. Recé por verla crecer, por llevarla al colegio, y recé porque ella fuera libre.
La voz de mi marido me sacó bruscamente de mis cavilaciones. Le ignoré durante unos instantes hasta que sus gritos se volvieron más insistentes. Me encaminé aterrada hacia la cocina y vi con horror que la cena estaba totalmente calcinada. Jaidev tenía en su mano un cinturón, y con voz burlona me dijo:
- Feliz décimo aniversario, cariño.
AÑO 2020 - ANULADO POR PANDEMIA


AÑO 2019
RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
María. Javier Martín Ramiro
María miró primero al oscuro cielo, luego al profundo mar y saltó al vacío.
Nací hace 16 años en una pequeña pedanía asturiana, tan pequeña que la luz no llegó hasta que cumplí los 12 y el agua un poco después. Mi infancia transcurrió entre pocos juegos, muchas bajadas a por agua con el cántaro bien fijo a la cadera, no fuera a romperse, algo de escuela para aprender las letras y números y, sobre todo, el trabajo en el prau con la vaca pinta, pegada a las faldas de mi madre.
Madre era grande, hablaba poco y gritaba mucho, siempre triste; con su pañuelo anudado bajo la barbilla al lado de un lunar lleno de pelos duros como cerdas, y unas manos rojas, agrietadas, de uñas muy cortas. Padre trabajaba en la mina, siempre me dieron miedo sus manos rotas y negras, con dedos que parecían morcillas de matanza y un olor ácido a jabón barato, picadura, tinto y polvo. Padre murió cuando no había cumplido los 12, dejándonos huérfanos a mis cuatro hermanos y a madre.
Madre nunca fue la misma, pasaba las horas sentada frente al hogar, con un rosario entre sus dedos y sin su eterno pañuelo de flores, mostrando su gris guedeja que más que madre, parecía bruja.
Los neñus se fueron con Dios uno tras otro, el primero de fiebres, el segundo del vientre y los otros dos, los gemelos, se los llevó tía Gertrudis a la capital. A mi me dijo que era mayor para ir con ella y que me tenía que ganar el jornal, así que me puso a servir en la casona grande. La verdad es que me sentía más feliz desde que estaba desligada de aquel mundo de las comidas en casa, de la sopa de ortigas o de aguar la leche para consolar el abultado vientre de mis hermanos. Ante mí se abrió un mundo nuevo de ropa limpia, comida, agua en los grifos y las visitas nocturnas del señor al altillo donde dormía.
Mi vientre creció y el sueño acabó. Un hatillo, una barriga que no entendía y una pesada soledad como única compañera.
AÑO 2018
RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
Obediencia. Mª de las Mercedes Rodríguez García
Le dio un pequeño golpe con el pie. Nada. Volvió a darle. Nada. A la tercera, con rabia contenida que podría confundirse con pánico, le propinó una contundente patada. Las carnes se movieron como gelatina. Pero continuó con los ojos cerrados. Se dejó caer en el borde de la cama y sin dejar de mirarle se inclinó hasta palparle el amoratado cuello. Un quedo suspiro. Pues al parecer, también nada. Parecía muerto.
Quizá no debería haberle hecho caso y cuando respiraba con dificultad y un movimiento convulsivo agitaba sus extremidades, tendría que haber parado. Pero por dos veces aflojó con temor y por dos veces recibió un bufido encolerizado, aquellos ojos siempre despectivos diciéndole sin palabras que no sabía hacer nada; instándola a seguir.
Agachó la cabeza. Las guedejas ocultando el rostro. Sus hombros se movieron sin control. Apretó los dientes para no dejarse llevar. Reír a carcajadas no pintaría bien. Pero le costaba. A través de la marejada de adrenalina que recorría su cuerpo enviando olas cargadas de preocupación, liberación y expectación que parecían estrellarse y reventar en sus sienes, no pudo evitar pensar que, por una vez, él estaría conforme. Por una vez, había hecho algo bien. Por una vez, “le había puesto pasión” a algo. Volvió a morderse los dientes, la risa amenazando con escapar descontrolada. Recompuso la expresión, aprovechó las lágrimas que corrían por su rostro, evitó mirar hacia la cámara que sabía él había instalado no hacía mucho tras el espejo y alargó la mano hacia el teléfono. Aún llevaba la corbata que ella le había regalado en el último aniversario. La dejó caer a sus pies y cogió el aparato.
“Buenas tardes, creo que he matado a mi marido”.
AÑO 2017

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
El fantasma de tu hospital. Javier Martín Ramiro
Los pasos de la celadora resonaban en el vacío pasillo del hospital, en esa hora bruja donde todo es silencio salvo los esporádicos sonidos de los timbres en las plantas, que acompañan las esperanzas que vagan por las dependencias del hospital.
Levantó la mirada, perdida en sus pensamientos, y giró la cabeza hacia los pasos que se acercaban. No vio a nadie, pero sentía una presencia extraña cercana. Tan cercana que podía sentir en su cuello un aliento helado. Aceleró el paso, pero no pudo alejar a su perseguidor. Sus pasos parecía que tenían eco. Empezó a notar un sudor frio que recorría su espalda y a oír su propia y agitada respiración. Tuvo que reprimir las ganas de salir corriendo. Estaba sola. Por fin alcanzó la entrada del control de la 2ªA, recogió el vale del pedido de farmacia y volvió al solitario pasillo. Un metro antes de las puertas abiertas que comunicaban con el pasillo que recorría el lado largo del hospital, se paró. Respiró hondo una, dos veces y cerrando los puños reinició el camino hacia las escaleras que llevaban a la farmacia dos pisos más abajo. Por una vez, decidió usar las escaleras, no le apetecía encerrarse en el ascensor, menos después de haber leído “el fantasma de tu hospital“, uno de los relatos del concurso, donde se describía la muerte de una celadora, rubia como ella, en un ascensor.
Bajó el primer tramo de escaleras, giró la cabeza y sintió que estaba sola por primera vez desde que empezó su turno. Mucho más tranquila encaró el segundo tramo y después el tercero. Y ahí estaban los pasos otra vez. Ahora sí que perdió la serenidad.
Bajó el último tramo saltando los escalones de dos en dos. Rodó los últimos escalones golpeándose la cabeza contra la huella del último. Los pasos se acercaron. Un cuchillo cayó al suelo y el residente, con una siniestra sonrisa, comprobó si aún respiraba.
AÑO 2016

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
Alta voluntaria. Marta Carmona Osorio
Donde una puerta se cierra otra se abre. Estas camillas lo saben bien, que les crujen las bisagras sin parar. Si uno aguza el oído puede sentirlas, allí donde parece que sólo hay colchones, pero no, que no os engañen. Se abren hacia dentro y el incauto que está tumbado rueda hacia un lugar donde nada tiene nombre y se agolpan miles de almas, pugnando por volver al mundo de los vivos. De entre el tumulto siempre sobresale uno que consigue atravesar la puerta, quedándose dentro del cuerpo del pobre que recién cae. Se retuerce para disimular un poco, carraspea, quizá pide la cuña. Está ensayando su nueva voz. El cuerpo a ocupar suele ser de alguien anciano y uno tiene que hacerse a la nueva identidad. No vaya a ser que le pillen y le manden de vuelta a ese lugar atestado, lleno de gente impaciente. A veces el alma viene de otro lugar del mundo y no entiende el idioma, o viene de hace un milenio y no entiende los objetos. En esas ocasiones dejan la mirada fija y no emiten ni un sonido, tratando de captarlo todo, mirándose las manos, retorciendo los pies, tratando de recordar qué nombre tenían en su lengua o en su tiempo. Aunque tras mil años en ese lugar donde la guadaña corta palabras y no almas poco pueden recordar. Lo que sí que saben, con terror, es que podrían caer otra vez. Buscan a tientas un picaporte pero saben que no hay en ninguno de los dos lados, que la puerta se abre de golpe y sin avisar cuando las luces se apagan, aprovechando el instante en que nadie está mirando. Y al verse indefensos se revuelven inquietos, piden que les levanten el cabecero, que bajo ningún concepto pongan la cama horizontal. Se sientan, con las piernas colgando, sabiendo que ese colchón es una trampa con forma de trampilla y que si va a haber tramposos, mejor que sean ellos. Y se juran cuidar ese nuevo cuerpo para no volver a enfermar, para no tener que volver nunca a esas camas, a esas puertas, a esa carcoma.
AÑO 2015

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
Atrapado. Daniel Ordorica Rubiano
No podía correr más, su respiración acelerada le pedía que parase…
Los días anteriores no había notado nada extraño, quizá un gesto, una mirada, pero nada fuera de lo normal. Sin embargo ahora sabía que venían a por él.
Comenzó a notarlo en el tren, camino a casa, cuando vio a los dos hombres pálidos y extrañamente bien vestidos que no le perdían de vista. Se cambió de vagón, pero se percató de que se apeaban en su misma parada. Afortunadamente conocía el barrio a la perfección y consiguió despistarlos cuando ya no podía correr más, su respiración acelerada le pedía que parase.
Entró en casa, tembloroso y pensativo. ¿Qué buscaban? ¿Tendrían información sobre su último trabajo? Sin duda era eso, conocían sus intenciones. Corrió hasta el salón y comenzó a vaciar los cajones, uno a uno, todos los papeles volaban por la casa. Hizo lo mismo con las habitaciones restantes y, cuando hubo terminado, se preparó para quemar todos los documentos que podrían delatarle, justo en el instante en que escuchó como trataban de forzar la puerta. Allí estaban, si le encontraban estaba perdido. Corrió hacia el armario, sintió que allí estaba su única salida mientras los pasos que corrían hacia él se oían cada vez más cercanos. Metió la mano en el armario casi sin mirar, sabía perfectamente dónde la tenía. Agarró la pistola fuertemente, y se convenció a sí mismo de que era mejor morir que dejarse atrapar. Apoyó el frío cañón en su sien derecha, cerró los ojos y aguantó la respiración. Justo en el momento en que su dedo apretó el gatillo con decisión y firmeza, recordó que en los tres días anteriores no había tomado su medicación…ahora ya todo encajaba.
Al entrar en la habitación, su padre y su hermano no pudieron hacer nada.
AÑO 2014

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
El capitán Marble y su pata de palo. Sergio J. Quevedo Teruel
Los rayos del sol entraron tenues por la ventana de la habitación, a través de los pequeños orificios de la persiana, e iluminaron los libros del camarote del Capitán Marble. Muchos de los libros eran mágicos. Ese mínimo haz de luz es suficiente para despertar a este pirata temido en los 7 mares. Cogió su espada, se colocó su pata de palo y comenzó a dar órdenes a la tripulación del navío. “¡Avante toda!”, se escuchó. “¡Tenemos que llegar lo antes posible!”, gritó de nuevo el capitán. Dicho destino no era otro que una recóndita isla de apenas unos kilómetros cuadrados que no aparecía en ningún mapa conocido. Allí era donde nuestro intrépido pirata ocultaba todos sus tesoros. Al llegar el barco a la isla, se apresuró a tomar un bote y dirigirse a tierra. Profirió un ruido a dos de sus tripulantes más aventajados y éstos ya sabían que debían acompañarle. Se introdujeron en una gruta anexa a una playa de arena blanca y aguas cristalinas. Con una antorcha iluminaban cerca de las paredes y al hacerlo, se podían leer mensajes pintados en la roca que indicaban el camino a seguir. Tras un rato de travesía a oscuras llegaron a una gran estancia. “¡Al fin!”, exclamó el capitán. Lo que allí se ocultaba era impresionante: cientos de miles de monedas de oro, las joyas más bellas jamás vistas, muebles de gran valor,… De repente, se oyó un estruendo, como un disparo, y aparecieron decenas de soldados que apresaron al pirata y sus compinches. “¡No pongáis vuestras sucias manos en mis tesoros!”, gemía nuestro héroe. “¡Tranquilo, Álex. No te vamos a hacer nada!”, exclamaron. No me llamo Álex, mi nombre es Capitán Marble. Pero ya era tarde. Nuestro protagonista debía recibir un nuevo ciclo de quimioterapia. El tumor de fémur, que impedía caminar al valiente pirata de 4 años, le mantenía preso pero no se iba a rendir fácilmente…Su barco con forma de cama y sus libros de aventuras sobre ella esperan su regreso.
AÑO 2013

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
La amiga del espejo. Mª Emilia Alguacil Prieto
Adelantó el hombro izquierdo y le sonrió a la mujer que la miraba desde el espejo. Puso las manos en su cintura y dio vuelta a su cuerpo, volviendo al mismo tiempo la cabeza hacia la imagen reflejada. La mujer del otro lado le mandó un guiño pícaro sombreado de azul y de rímel, dejando resbalar el tirante de la camiseta por su hombro derecho. Ella tomó sus senos con ambas manos y los movió dentro del sujetador hasta que abombaron por el escote. La chica del espejo apretó los labios recién pintados y los empujó hacia ella en un mohín aprobatorio. Sonrió después y le mandó un beso a través del cristal que le llegó cálido y reconfortante.
Oyó un grito que transportó su nombre desde una voz masculina hasta su cerebro. La amiga del cristal se llevó un dedo a los labios silenciándolos y recolocó la hombrera. Ella tomó una toallita y se borró el color de la boca, de los ojos, de la cara. Un círculo morado fue apareciendo por debajo de su ojo derecho. Guardó en su bolsillo la toalla sucia y arrugada.
-Estoy aquí- contestó a media voz, y torciendo el morro se despidió de la amiga del espejo antes de abrir la puerta del cuarto de baño.
AÑO 2012

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO. Categoría trabajadores
Amazona. Ana Isabel Martín Cuesta
Eva se levantó de la cama. Era 8 de noviembre y se cumplía el cuarto aniversario de aquel fatídico día en el que la anomalía en uno de sus pechos, hacía que el destino pusiera en su mano un billete al infierno con parada en la estación del “pánico”, ese MIEDO con mayúsculas que paraliza, hace temblar y te vuelve diminuta hasta adoptar la postura fetal como si en ese instante se cerrase el ciclo de la vida.
Se duchó lentamente recordando su regreso a casa tras la operación cuando Mario, su apoyo incondicional desde hacía más de veinticinco años, la abrazó dulcemente mientras le susurraba al oído “mi amazona”, aludiendo a la tribu de mujeres guerreras que sacrificaban el pecho del lado que les impedía disparar certeramente su arco y que tanta fascinación había ejercido sobre ella desde que era una niña. Silvia, su amiga y confidente de tantos pensamientos surgidos de los peores momentos, le regaló un abrecartas cargado de simbología y un libro en el que había escrito: “ahora que ya te has ganado tu arco, lucha”. A partir de ese momento sus cicatrices se convirtieron en un signo de victoria, en el orgullo del guerrero consciente de que la guerra contra la vida está perdida de antemano, pero que al menos por esta vez ha ganado la batalla. Los zarpazos de la vida siempre dejan huellas en el cuerpo o en el alma, y quien no las tiene es porque quizá no ha vivido lo suficiente.
Terminó de arreglarse, cogió un libro y puso rumbo al trabajo. Bajó las escaleras del metro y esperó en el andén acariciando con su dedo índice las siete letras de su título. Lo abrió por la primera página y leyó la dedicatoria de su autora: “A las amazonas que cayeron en el campo, a las que siguen luchando y ganando batallas, a las que en un futuro tendrán que coger su arco y sobre todo a la guerrera más valiente que jamás he conocido, luchadora en mil campos de batalla propios y ajenos: mi madre”. En aquel momento, el ruido del túnel presagió la llegada inminente del metro a la estación. Eva abrazó el libro, respiró profundamente y una sonrisa triunfal iluminó su rostro.
RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO. Categoría familiares
Un cualquier día. Blanca Gómez García
La chica del libro caminaba sin levantar la vista. Enfrascada en su intrigante novela, prefería correr el riesgo de chocarse con una columna o con un desprevenido extranjero de piel rojiza antes que dejar su historia por un instante. Tanteando la puerta de un tren con la mano libre, tomó un trayecto diferente al de cada día. Un trayecto más largo, un trayecto de eterna lectura. Olvidó a su madre por un segundo, que lloraba en el pisito que compartían, el vigésimo quinto aniversario de la muerte de su único amor. Pero de pronto las luces se apagaron y ya no se veía, ya no se leía más.
Su madre se levantó de su lecho de sábanas y lágrimas al toque sordo en la puerta de los nudillos de la vecina. ¿Ha oído usted las noticias? Encendía la radio y escuchaba atentamente. Madre santa, qué desgracia más grande, decían sus caras de circunstancia. Pero, siendo sinceros, sintiendo un cierto alivio. No, mi pequeña no coge esa ruta. La vecina se marchó, sonriendo como quien llora. De todas formas, ¿Qué le impedía llamarla y oír su voz una vez más? Descolgó el teléfono vacilante antes de hundir los dedos en las teclas de plomo. Transcurrida una vida de pitidos deshumanizados, nadie contestó. Llamó de nuevo. Bajó precipitadamente las escaleras hasta el garaje, arrancó el viejo Volvo de su marido tras veinticinco años sin rugir. Ignoró señales de tráfico, colores de semáforos, peatones con intenciones de cruzar. Cuando llegó a la oficina y pronunció el nombre de su hija recibiendo un asentimiento, suspiró sintiéndose absurda. Cosas de madres. Caminó hacia su despacho atusándose la falda e intentando recuperar la respiración, para evitar risas burlonas de su querida hija. Abrió la puerta: mirada baja, sonrisa de alivio y millones de móviles preocupados sonando entre los escombros; alzó la vista: sonrisa quebrada, despacho vacío, vidas segadas de inesperado final.
AÑO 2011

RELATO GANADOR 1er PREMIO JURADO TÉCNICO
Una mañana como otra cualquiera. Mercedes Prieto Garrido
Era una mañana de primavera como otra cualquiera. Lucía el sol y los pajaritos no paraban de contarse las últimas novedades de su círculo.
Me notaba bastante cansada pero pensé que era causa de la astenia primaveral. Hasta que al ponerme de pie y estirarme, vi como se me caían algunas letras. Miré rápidamente a mi cama y ahí, encima de las sábanas, estaban otras tantas palabras. El camino de mi cama al cuarto de baño estaba guiado por un sendero de puntos suspensivos, comas, …. Cuando llegué allí no me atrevía a mirarme al espejo, pero los ojos decidieron que había que saciar la curiosidad. Descubrí que mi portada estaba desdibujada. Tengo que ir al médico, pensé, al tiempo que noté un dolor agudo, una hoja se había rasgado y caído al suelo. Asustada fui corriendo al hospital.
En la sala de espera me encontré con más pacientes que tenían los mismos síntomas que yo. Cuando oí mi nombre pasé. Me atendió una gran enciclopedia médica que nada más verme supo lo que me pasaba.
¿Usted no sale mucho de su estantería verdad? Me dijo.
Estaba en lo cierto. No, no mucho, le dije avergonzada. No consigo salir de allí.
Bien, haremos lo siguiente, dijo ella. Le vamos a hacer un escáner de carácter urgente. Así facilitaremos el acceso a su historia. Cuantas más personas la conozcan más vigorosa se sentirá.
Le ocurre a muchos libros, se van deshaciendo hasta desaparecer porque a nadie le interesa su historia. Usted es una novela muy interesante, pronto se pondrá bien. ¿Cómo me dijo que se llamaba?
“La isla del tesoro”, le dije.
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